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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
Cristina y Armando hablan con Valeria, una anciana rumana que vive en un cajero en Sinforiano/ El albergue que se ha abierto de forma provisional/ Un indigente se niega a ser atendido por los voluntarios.
Un refugio en Badajoz para no morir de frío

Un refugio en Badajoz para no morir de frío

En la ciudad hay una decena de personas que duermen en cajeros y soportales

Natalia Reigadas

Miércoles, 18 de enero 2017, 23:52

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Tras tres meses viviendo en la calle, Aurelio se dio en la noche del martes una ducha caliente, estrenó ropa limpia y se acostó en una sala con calefacción. Pudo dormir más de 10 horas de un tirón por primera vez en mucho tiempo y evitar los cero grados que marcaban los termómetros de Badajoz a las seis de la mañana.

Aurelio tiene 29 años y es de Sevilla. Trató de encontrar trabajo en Almendralejo, pero no tuvo suerte y acabó pidiendo para sobrevivir cada día. El martes fue el primer y único usuario del albergue provisional que ha habilitado el Ayuntamiento para ofrecer refugio a los indigentes durante la ola de frío.

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Tanto los policías locales como los voluntarios de Cruz Roja recorrieron la ciudad, acompañados por HOY, tratando de recoger a los sintecho para llevarlos a las instalaciones habilitadas en la calle Bravo Murillo, pero muchos lo rechazaron. Cada noche, al menos hasta el lunes, volverán a intentarlo porque se prevé que las temperaturas bajen aún más y el miedo es que una de estas personas muera de frío a la intemperie.

Aurelio llegó a las instalaciones habilitadas en la calle Bravo Murillo pasadas las once de la noche. Una patrulla de la Policía Local lo encontró durmiendo en la calle y lo convenció para llevarlo al refugio. Con un café con leche entre las manos sonreía a los voluntarios de Cruz Roja que lo rodeaban. «Esto es una gloria, poder estar estos días aquí. Mañana, si veo a mis compañeros, les traigo. Muchos están metidos en casas abandonadas».

Uno de los voluntarios le acercó una bolsa con ropa y otro le mostró las duchas para asearse. El se disculpó por su aspecto. «Afeitado y eso, mucho mejor», dijo e hizo reír a los trabajadores de Cruz Roja. El gesto le cambió de inmediato. «Tengo una niña de 12 años ¿sabes? y quiero trabajar, de lo que sea, de lo que haga falta», le contó a los jóvenes que se han ofrecido para trabajar en el albergue improvisado en las antiguas instalaciones del Centro Vida.

Cáritas ha cedido este edificio, Cruz Roja ha aportado voluntarios y material y el Instituto Municipal de Servicios Sociales del Ayuntamiento ha coordinado el dispositivo, que ha sido bautizado como Operación refugio.

En otras ciudades como Madrid o Valencia hace años que se cuenta con un protocolo contra el frío, por ejemplo, abriendo estaciones de metro para que los sintecho se refugien. En Badajoz, los voluntarios recorren las calles cada jueves para llevar bebidas calientes, mantas, ropa y productos de higiene a las personas que duermen a la intemperie o a los que se refugian en infraviviendas. Este año es la primera vez que se establece un refugio.

El albergue estará abierto desde las diez de la noche a las diez de la mañana hasta el próximo lunes, pero no se descarta ampliar la iniciativa si las temperaturas continúan bajas. Por el momento se han habilitado 18 camas, aunque podría ampliarse si fuese necesario. En Badajoz, de forma permanente, hay 28 plazas disponibles para indigentes en el Centro Hermano que Cáritas tiene en Huerta Rosales y otras 16 en pisos tutelados. Estos días, sin embargo, está prácticamente al completo. Suele ser así. Además hay un perfil de sintecho que se resiste a acudir a estas instalaciones porque está muy aislado o no acepta convivir con ciertas normas. Para ellos un albergue temporal es una solución.

Así lo explica Antonio Morera, coordinador de Atención Integral a Personas Sin Hogar de Cruz Roja en Badajoz. Este responsable calcula que hay una decena de personas durmiendo a la intemperie en la ciudad. La cifra casi se duplica si se suman los que están en infraviviendas sin luz ni otros recursos. «La mayoría son hombres, como mucho se ve una o dos mujeres. Suelen tener unos 50 años y son usuarios de los comedores sociales».

«Son gente que está acostumbrada a estar sola -explica Morera- por eso no van a los centros». «Ellos se sienten cómodos en esa situación y se convierte en su forma de vida. Es difícil cambiar eso».

En ruta por los cajeros

Esta difícil tarea recayó el martes en Armando Rodríguez, Cristina Viciana y Milagros García. Estos tres voluntarios de Cruz Roja de 25, 28 y 36 años se subieron a una furgoneta pasadas las nueve de la noche y comenzaron su particular ruta. Un itinerario que recorre cajeros, soportales y rincones donde se refugian los indigentes. Ellos los conocen bien porque cada jueves van a llevarles café, mantas, etc. Esta semana su objetivo era recogerles y que acudiesen al albergue.

La primera parada fue en la avenida de Europa. Algunas noches un hombre mayor duerme en las escaleras de la antigua Biblioteca del Estado. El martes no estaba, por lo que la ruta siguió hacia la calle Obispo San Juan. En un cajero estaba Emilio, hecho un ovillo entre sus mantas y comiendo un bocadillo, la cena que le dan cada día cuando va a almorzar al comedor social. «Lleva mucho tiempo en la calle -explica Armando- antes tenía una cmpañera, pero ahora está totalmente solo».

Emilio no se encuentra bien y no quiere moverse. Los voluntarios, con palabras de cariño, le recuerdan que las temperaturas van a bajar mucho. Él promete que mañana se pensará ir al refugio y vuelve a su improvisada cama, una colcha en la cabina de un cajero en el que no puede estirarse por falta de espacio. Finalmente los jóvenes de Cruz Roja deciden volver más tarde con café caliente. Están preocupados.

Vuelven a subirse a la furgoneta. En su mente está Paco, el sintecho que falleció en Santa Marina en diciembre. Ellos pasaron mucho tiempo con él. Están dolidos «porque estaba mejorando. Bebía mucho menos y estaba en tratamiento. Estaba mejor», dice Cristina emocionada. Tras su muerte colocaron un ramo de flores en la esquina donde se refugiaba. No quieren que vuelva a pasar.

La ruta continúa por la Biblioteca de Santa Ana, en su soportal vive el conocido Piterpa. En cuanto ve la furgoneta comienza a negar con las manos y gritarles. A pesar de todo, los voluntarios tratan de hablar con él para que se vaya al refugio. «No nos deja ayudarle», explica frustrada Milagros. Pasan por Condes de Barcelona, donde solía dormir un hombre, pero hace tiempo que no lo ven.

En Sinforiano Madroñero encuentran a Valeria, una anciana rumana que se refugia en un cajero. «No quiero albergue», son sus breves palabras. «Luego volvemos», dice Cristina. Parten hacia la Margen Derecha. Cerca del río se refugia una joven transexual que lo está pasando mal. Tiene una pequeña pensión, pero no consigue alquilar una habitación. No está. Los voluntarios deciden volver al refugio, coger material y dar una segunda vuelta.

Pasan de nuevo a ver a Emilio. Le dan el café con leche y apenas se incorpora para tomárselo. No está bien y esperan que vaya al albergue. «Mañana, mañana». También vuelven donde Valeria. Está dormida y deciden cubrirla con varias mantas más para que esté abrigada. De vuelta al Casco Antiguo pasan por la Plaza Alta. Les han dicho que a veces hay alguien en los soportales. Hoy no es el caso, pero, de pronto, se llevan una alegría. En Concepción Arenal se cruzan con Luis, un joven portugués sintecho al que conocen bien. La última vez que lo encontraron tuvo que ir al hospital con una infección grave en un pie que puso en riesgo su pierna y su vida. Está mejor y, por el momento, resguardado en una casa, pero al día siguiente quizá vaya al refugio.

De repente les avisan por radio. Ha llegado un indigente al albergue provisional. Van a conocerlo. Es Aurelio. Para los voluntarios ha sido su pequeña victoria del día. Al menos este joven duerme caliente esa noche. La siguiente seguirán intentando que otros se resguarden del frío.

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