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El fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y poeta, Jesús García Calderón. ::
«La corrupción es muy compleja; es un fenómeno del que sabemos poco»

«La corrupción es muy compleja; es un fenómeno del que sabemos poco»

Jesús García Calderón | Fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, jurista y poeta

ANTONIO TINOCO

Viernes, 30 de diciembre 2016, 23:50

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A los 26 años ya era fiscal, pero mucho antes, desde los tiempos de estudiante, Jesús García Calderón (Badajoz, 1959) venía labrándose un porvenir en la literatura. Y con veintipocos años compaginaba sus estudios de Derecho en Sevilla con colaboraciones habituales en revistas prestigiosas como Capela, del recordado Bernardo Víctor Carande. Más tarde vinieron libros y premios importantes, como el Florentino Pérez Embid que logró con La Provincia, la obra que lo puso en el mapa de la poesía española y que fue publicado en la colección Adonáis. Y luego más libros de poesía y de relatos, y antologías, y ensayos jurídicos.

Disfruta tanto escribiendo que, con el pretexto del amor que profesa a las ciudades en las que ha vivido, está embarcado en escribir un libro de cada una de ellas, y ya están publicados los dos primeros de lo que será una tetralogía: el libro sobre Lugo, uno de sus primeros destinos en la Fiscalía; y el libro sobre Badajoz, donde nació, se crió y empezó a hacerse escritor y cuyo título, Una ciudad traicionada, es un grito de rabia y amargura ante la destrucción de sus tesoros patrimoniales. Ahora está escribiendo el libro sobre Sevilla. El último lo dedicará a Granada, donde reside, donde le han hecho hijo adoptivo de la provincia y donde preside instituciones con tanto tuétano local como la Real Academia de Bellas Artes. Jesús García Calderón, que en esta entrevista afirma que no hay pared entre su vocación literaria y su vocación jurídica, lleva 15 años como Fiscal Jefe de Andalucía, cargo en el que ha sido reelegido dos veces y siempre con el apoyo unánime del Consejo Fiscal, una cosa rara en los tiempos de tanta bandería como los que vivimos.

Usted es un prestigioso jurista y también un prestigioso poeta y ensayista. ¿Pero qué es más, poeta o jurista? ¿Tiene la personalidad disociada?

No creo que se dé en mí una disociación de la personalidad. La cultura siempre enriquece y el Derecho forma parte de la Literatura. En la teoría narrativista del Derecho estudiamos el Derecho en la Literatura, el Derecho de la Literatura y el Derecho como Literatura. No me molesta escribir para desarrollar mi trabajo y creo que mi trabajo es mejor precisamente por mi dedicación a la Literatura.

Obviamente el Jesús García Calderón que escribe un poema es el mismo Jesús García Calderón que escribe una calificación penal. Pero la mirada hacia el mundo no puede ser la misma en ambos casos.

La disposición del ánimo es diferente porque cada actividad busca una finalidad distinta. El escritor portugués Miguel Torga era otorrino. Imagino que cuando estaba mirando la garganta de sus pacientes tampoco pensaba en Cuentos de la montaña, ese libro maravilloso. Ocurre en mi caso algo parecido. La clave está en saber diferenciar los valores que cada una de las cosas conserva. Como fiscal lo que intento es defender los valores constitucionales y como escritor lo que procuro es encontrar la verdad. Es cierto que muchas veces la literatura se va tiznando de la cotidianidad, de la actividad profesional del poeta. Un amigo mío, poeta al que admiro profundamente, Antonio Carvajal, dice que la oficina está muy presente en mi poesía. En cualquier caso, no me siento impostor en ninguno de los ámbitos.

Dice que como escritor busca la verdad.

Sí. La verdad y la dignidad de las personas.

Imagino que en la Fiscalía también buscará la verdad y la dignidad de las personas.

En la Fiscalía lo que buscamos es el cumplimiento de la Ley, que a veces no se identifica con la verdad y la dignidad. Como juristas nuestra labor es cumplir con la Ley desde la imparcialidad, que es nuestra característica fundamental y sin la cual no podríamos trabajar. Y para eso debemos adaptarnos a las circunstancias que sean necesarias, pero siempre en defensa de los valores que contiene nuestra Constitución. Por eso el Ministerio Fiscal se define en nuestro Estatuto como un órgano de relevancia constitucional.

En nuestro país está muy extendida la idea de que la Justicia está politizada. ¿Usted cree que es así?

Creo que está politizada en unos ámbitos muy concretos, los de los cargos representativos que, por su nombramiento, se asocian ineludiblemente con el poder político. Por otro lado, cuando hablamos de la Justicia la mayoría de las veces hablamos del sistema de justicia penal. No del ámbito laboral, civil, contencioso... Tomamos, por tanto, una parte de la Justicia por el todo. Incluso de esa parte de la justicia penal tampoco la tomamos en su totalidad, sino en lo que son los procesos que tienen que ver con la corrupción. Eso es un error conceptual. Además de todo esto, yo añadiría un factor más para abordar este asunto: no es lo mismo la Justicia que el reflejo de ella en los medios de comunicación, porque de lo que se ocupan los medios es de lo extravagante o de lo especialmente equivocado, que no representa al conjunto de la Justicia. La normalidad no se percibe. Desde esa normalidad, el gran problema de la Justicia en España viene determinado por dos factores: por falta de infraestructuras y por una descoordinación histórica. No es cuestión de dinero, sino de gastarlo con más eficacia. Y de crear un nuevo sistema y de superar los anacronismos que nos anquilosan. Un dato: tenemos una Ley de Enjuiciamiento Criminal de 1881.

De sus palabras deduzco que cree que la Justicia funciona mejor de lo que parece.

-Creo que, con las carencias que he mencionado, la Administración de Justicia en España tiene un funcionamiento adecuado a las circunstancias. Es independiente; el Ministerio Fiscal actúa con imparcialidad; tenemos buenos profesionales y funcionarios que trabajan con eficacia y honestidad. Todo ello no oculta que necesitamos reformas, como el traslado de la instrucción al Ministerio Fiscal; la creación de equipos multidisciplinares; la acotación temporal del proceso de una forma definitiva; la creación de una verdadera policía judicial...

Hablemos de la Fiscalía en concreto. Se le achaca su dependencia del Gobierno. ¿Funcionaría mejor si no hubiera esa dependencia?

En primer lugar: la Fiscalía no depende del Gobierno. Esta es una afirmación que hago con toda rotundidad. Una cosa es que el Gobierno designe al Fiscal General del Estado y otra cosa que dependa del Gobierno. La Fiscalía actúa con autonomía y con imparcialidad. Con órganos propios y sometida a una unidad de actuación. Y yo creo que esto lo demuestra todos los días, en todas partes y en todos los órganos jurisdiccionales. Otra cosa es que se critique habitualmente una hipotética dependencia cuando las decisiones de la Fiscalía no gustan. Es curioso, pero las críticas a la parcialidad vienen desde la parcialidad.

¿Pero usted no ha recibido nunca ninguna indicación de...?

Jamás. Nunca he recibido del Gobierno, ni directamente ni a través de un superor mío, ninguna indicación de lo que tenía que hacer. Jamás. Creo que sería bueno que el Fiscal General del Estado fuera nombrado por el Congreso con una mayoría cualificada. Pero le puedo asegurar que el que sea nombrado por el Gobierno no le resta un ápice de su imparcialidad. Aparte de que nuestro Estatuto Fiscal es uno de los más avanzados del mundo en orden a garantizar la imparcialidad del Ministerio Fiscal.

Pues convendrá conmigo en que no es esa la idea más extendida.

Bien sé que no quiere reconocerse. Pero, insisto, es desde la parcialidad. Todos los días actúa la Fiscalía y de su actuación no puede deducirse que lo hace por mandato del Gobierno. El Gobierno puede interesar de la Fiscalía aquello que estime oportuno. Pero de ninguna manera indicaciones. Así que niego la mayor.

Usted es Fiscal Jefe de Andalucía desde 2001, renovado en 2006 y 2011, y en ambos casos con el apoyo unánime del Consejo Fiscal. ¿Cómo se logra esa unanimidad?

Quizá porque se presenta muy poca gente.

No diga eso. Parece como si a los fiscales los pillaran a lazo.

No, bueno, tampoco es eso. Ni mucho menos quiero dar esa impresión. Ya en serio, creo que es consecuencia de la experiencia, pero también de que no todo el mundo está dispuesto a sacrificar parte de su tiempo llevando a cabo funciones que son difíciles y comportan esfuerzo y dedicación.

Usted sucedió al frente de los fiscales andaluces a Luis Portero, que lo mató ETA. Debió ser tremendo.

Fue muy traumático, porque aunque Luis Portero fue asesinado en octubre y yo lo sustituí en el verano siguiente, todavía estaba todo como lo había dejado él: el despacho, todo... Era muy triste. Y para mí una situación difícil porque suponía sustituir a un hombre de gran prestigio profesional y en condiciones complicadas. Lo viví con la duda de no estar a la altura de las circunstancias.

¿También sintió la amenaza de los terroristas?

No. Después el riesgo fue cediendo. Hubo algún repunte y tuve un servicio de escolta durante más de diez años, pero nunca me sentí amenazado.

De usted se dice que fue el primero en abordar la corrupción como una de las formas de crimen organizado.

Cuando lo dije, hace 7 u 8 años, dudé de si se me había entendido bien, pero desgraciadamente la realidad me ha venido a dar la razón. No en todos los casos alguna vez la corrupción es episódica y puntual, pero en algunos sí es una forma de crimen organizado porque cumple todos los requisitos que la inteligencia policial señala para que una actividad criminal pueda considerarse así. Y de hecho, ahora es frecuente que las unidades policiales manifiesten tras una investigación que hay tramas de corrupción que actúan como el crimen organizado.

Por lo que dice, el problema de la corrupción se ha agravado.

La corrupción es compleja. Es un fenómeno del que sabemos poco, mucho menos de lo que creemos. Nos preocupa mucho el momento en que aflora, pero luego no lo analizamos con carácter científico y no sabemos cómo se ejecutan las sentencias o si se reproducen las conductas... Siempre he sostenido que sería bueno crear un Observatorio de la Corrupción, aunque al proponerlo me dijeron que había ya demasiados observatorios. Yo lo concebía como un órgano con control parlamentario, que actuara con total imparcialidad y en el que participaran expertos de todos los ámbitos. Tenga en cuenta que la corrupción es un fenómeno cambiante y de límites difusos; incluso no toda corrupción es delictiva... Deberíamos conocer todos estos vericuetos de un fenómeno tan complejo para actuar contra él más eficazmente, aunque tenemos cuerpos policiales de altísimo nivel y una Fiscalía especial.

¿La clase política en su conjunto está comprometida en luchar contra la corrupción?

No creo que exista una falta de interés por el Ejecutivo o el Legislativo en combatir la corrupción; sí creo que se combate desordenadamente. Por eso, si pudiéramos establecer una colaboración institucional mejoraríamos mucho.

En el 2010, usted perteneció a una comisión de expertos juristas y lingüistas para modernizar el lenguaje jurídico. ¿Modernizar el lenguaje jurídico no es una contradicción en sus términos?

En absoluto. Fue una experiencia extraordinaria. La comisión estaba co-presidida por el director de la Academia de la Lengua y por el secretario de Estado de Justicia. Formábamos parte ocho personas. El problema de la modernización es importantísimo porque se vincula con los derechos fundamentales y que se debería promover. Por desgracia, la comisión no tuvo continuidad.

¿Qué aportó a esa comisión?

Mi preocupación por el derecho a comprender. La oscuridad no es consustancial al lenguaje jurídico; al contrario, lo ensucia y lo relaciona con intereses materiales. El lenguaje jurídico es más oscuro cuanto más dinero produce. En este contexto es fundamental y atañe a los derechos del individuo que el lenguaje jurídico sea comprensible.

Una persona que no comprende es una persona indefensa.

Sobre todo es una persona que desconfía. Para ganarnos la confianza de la ciudadanía lo primero que hay que hacer es utilizar un lenguaje que comprenda y que produzca preocupación en el culpable y alivio en el inocente, y no al revés.

Usted escribe poesía, relatos, ensayos jurídicos, reflexiones históricas. Sin embargo, un verso suyo dice: «Un vestigio me señala que sólo soy poeta». ¿Es así?

Sí, sí. El poeta es el más íntimo de nosotros. La poesía nos conduce a lo más profundo de nuestro ser y es raro que el poeta reniegue de esa patria. Es, como decía Fernando Pessoa, mi manera de estar solo.

Su primera gran obra se llama La Provincia. Me parece un título que lo define: en todo lo que leo de usted se percibe una atmósfera de provincia, de ciudad, una cierta recogida intimidad.

Yo creo que, como aconsejaba el filósofo Jacques Derrida, deberíamos acudir a la etimología. Provincia significa en latín territorio vencido. Hay algo de eso en mi manera de escribir poesía. Yo vengo de la convicción de una derrota previa. En la poesía moderna es muy fuerte la idea de vincularse a un territorio. Mi infancia y adolescencia están muy vinculadas a esa idea de espacio derrotado que es Badajoz, ciudad condenada a un desarrollo despojado de sus valores patrimoniales.

Acaba de decir: «Vengo de la convicción de una derrota previa». Nadie lo diría porque usted parece que ha triunfado en la vida.

Yo escribí hace años: «Ser feliz es sentirse derrotado y encontrar un hogar cálido y puro». La idea de triunfo depende de cómo la conjuguemos en nuestro interior. El triunfo no depende del reconocimiento externo, sino de la convicción íntima de haber conseguido la plenitud. Y la idea de plenitud está muy próxima al sentimiento de fracaso. Cuando de pequeños ganábamos al fútbol siempre nos parecía más digna la posición de los perdedores.

¿Significa que al arte lo alimenta la derrota?

No exactamente. Lo alimenta la conciencia de la derrota. Cuando se tiene conciencia de que uno es derrotado por tantas cosas, como «por el lento discurrir del tiempo», es cuando uno empieza a triunfar, a superar sus limitaciones y a alcanzar lo verdaderamente importante, que es la calma.

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